miércoles, 25 de abril de 2012

LA POBREZA Y EL GÉNERO EN EL CAMPO DE LA SALUD MENTAL



Desde la psiquiatría y la epidemiología, se ha reconocido la necesidad de ampliar la perspectiva de abordaje de los problemas de salud mental. La posibilidad del estudio epidemiológico se ha fundamentado en explicaciones socioculturales como los eventos de vida (problemas, pérdida, peligro o posibilidad de solución), considerados como desencadenantes o precipitantes de la enfermedad mental.

Por otra parte, recientemente se han considerado los aspectos subjetivos y normativos de género como elementos subyacentes a la enfermedad mental, particularmente relacionados con la depresión en las mujeres. En ambos casos, se incorporan elementos que trascienden la noción de los problemas orgánicos como causa de la enfermedad mental a la vez que se recupera la complejidad de sus determinantes.

La enfermedad depresiva es dos veces más frecuente entre las mujeres que en varones, lo que ha generado explicaciones asociadas a los ciclos biológicos de las mujeres como el síndrome premenstrual o posparto, el climaterio y la menopausia. También se ha documentado en estudios epidemiológicos que las mujeres son más susceptibles a los eventos de vida que los varones, lo cual podría relacionarse con la indefensión adquirida propuesta por Burín (1996) donde la pasividad y dependencia promovida en los procesos de socialización de las mujeres de acuerdo con los valores y normas prevalecientes, deriva en la percepción de éstas de que son incapaces de enfrentar esos eventos de vida.

Adicionalmente, el valor excesivo otorgado a la maternidad puede resultar en enfermedad depresiva relacionada con el síndrome del nido vacío,  particularmente entre mujeres con identidades tradicionales, lo que podría explicar la mayor frecuencia de depresión asociada a la mayor edad de las mujeres.
Lo anterior permite reconocer la complejidad de elementos que intervienen en la génesis de la  enfermedad depresiva así  como la capacidad de respuesta de las mujeres, mediada por su condición socioeconómica, la posibilidad de tomar decisiones en el interior del grupo doméstico, las fuentes de empleo, educación y recreación en la comunidad, la división genérica del trabajo y las normas que definen el ser y quehacer de las mujeres.

El vínculo entre pobreza y salud mental es muy conocido. Los argumentos sobre la causalidad de esta relación se siguen manteniendo, pero parece probable que sea bi-direccional: las personas con bajos ingresos son más propensas a sufrir de mala salud mental y la pobreza contribuye a una deficiente salud mental. Los procesos de de privación, tanto de carácter individual como de los barrios, aumentan el riesgo de mala salud, tanto en la general como en la mental.

Tener un problema de salud mental y bajos ingresos genera un círculo vicioso. Romper ese circulo requerirá los esfuerzos concertados del Gobierno, el sistema de salud y servicios sociales, el servicio de empleo y el sector del voluntariado, trabajando juntos en colaboración.

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